Fuente: Clarín – Frontal, sincero, educado, memorioso, cada encuentro o cada charla por teléfono con José Yudica resultaban un placer y un aprendizaje. Uno de los técnicos más ganadores de la historia del fútbol argentino, el primero en salir campeón con tres equipos diferentes, llevaba 24 años sin dirigir. Combatió desde su lugar de entrenador a las barras y a los dirigentes que se metían en su trabajo o no cumplían con su palabra. Se fue a los 84 años, dejó un legado. Entre ellos, uno de los mejores equipos de los últimos 40 años, el Argentinos campeón del Nacional y la Libertadores de 1985 y subcampeón del mundo.
El último partido que dirigió fue el 13 de diciembre de 1997, cuando Quilmes perdió 2-1 con Italiano. El presidente cervecero, José Luis Meiszner, quería que renuncie. No lo hizo. Lo echó. Se fue muy enojado. “El presidente Meiszner me traicionó. Yo firmé por dos años y no puede ser que me diga que me tengo que ir a los cinco meses. Para mí esto es una patada ahí abajo”, denunció. Tenía 61 años. Nadie más lo contrató.
Unos años antes, en 1992, tuvo problemas con la barra de Argentinos en un entrenamiento, que fue a increparlo por los malos resultados. Además, empezaron a agredir a su hijo, que era su ayudante. El Piojo sacó un arma y empezó a disparar al aire. Por supuesto, no continuó en el club. Al tiempo tenía arreglado para incorporarse a San Lorenzo, pero por esa situación le bajaron el pulgar.
Así le pagó el fútbol argentino a uno de los mejores entrenadores que hubo. Fue campeón con Quilmes en el Metro 78, ascendió a San Lorenzo en 1982, brilló con Argentinos en 1985 y con Newell’s en 1987/88. Sus equipos eran ofensivos, sacaba lo mejor de cada jugador. Mantenía una base para luego acoplar a otros elementos.
Antes de ser entrenador, fue un gran puntero izquierdo. En una historia muy particular en sus inicios, allá en el barrio Bella Vista de Rosario, donde nació un 7 de diciembre de 1936 pero lo anotaron recién el 26 de febrero de 1937. Cosas de la época. Rafael, su padre, repartía ladrillos en un carro tirado por un par de caballos. Perdido en la extensión del carro, la gente lo bautizó El Piojo. Y él heredó el apodo de su padre.
Como era chiquito y a su padre le gustaban los caballos, habían soñado un futuro de jockey pero el fútbol ganó la partida. Había un equipo en el barrio, Morning Star, rebautizado Evita Estrella de la Mañana para participar de los torneos Evita. En esos años, fue la primera vez que un médico lo revisó por completo, con radiografías incluidas. En ese equipo también jugaba Roberto Puppo, su amigo de toda la vida. Fueron campeones y tuvieron un premio que no fue un mito: viajaron a ver los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952.
Al regreso, muchos equipos lo querían. Newell ‘s le ofreció un contrato de 5.000 pesos, una fortuna para la época y para un pibe de origen humilde. Pero como era hincha de Central, dijo que por 4.000 firmaba, pero los dirigentes canallas no reaccionaron. Y fue Leproso. Para entonces, ya estaba de novio con Antonia, su amor de toda la vida.
El 16 de mayo de 1954 debutó en la Primera de Newell’s ante Huracán (1-0). Ese año también jugó en juveniles y viajó a Alemania. “Era un puntero izquierdo que ganaba por habilidad no por velocidad, pero no me quedaba quieto”, se describía. Jugó en La Lepra hasta 1958 y su recorrido continuó en Boca (1959-61), Vélez (1962-63), Estudiantes (1964), Platense (1965-66), Quilmes (1967), Deportivo Cali (1967-69), Talleres de Escalada (1970-71) y San Telmo (1972). En 1956 también actuó en la Selección.
Siempre se cuidó, nunca fumó y no era de salir de noche. Cuando se casó, apenas sabía bailar. En una época en la que el retiro estaba cerca de los 30 años, jugó hasta los 35. El último año por pedido de Eduardo Janín, que recién daba sus primeros pasos como entrenador. Pateaba penales y tiro libres. Hizo 8 goles.
Ya era entrenador y su primera experiencia fue en Altos Hornos Zapla de Jujuy. Primero en la Liga, luego el Regional y llevó al equipo al torneo Nacional. Casi un año invicto. Casi llega a las finales. Quedó tercero en la Zona A junto con Gimnasia de La Plata (21 puntos) detrás de Talleres (25) y Newell’s (22).
Llegó a Colón para el Metro 76, le iba bien, como casi siempre. Pero tuvo problemas con algunos dirigentes. Ahí empezó a marcar la rectitud e intransigencia que lo acompañó siempre. Querían que sacara al arquero Raúl Costantino. Se negó. Lo echaron. Luego pasó a Newell’s, en la primera de sus cuatro etapas.
Los éxitos lo acompañaron desde su llegada a Quilmes, que en el Metro 78 consiguió su segundo título de Primera División, el primero y único en la era profesional. En San Lorenzo asumió para la segunda rueda de la Primera B de 1982, también lo sacó campeón y lo ascendió. Y las posteriores vueltas olímpicas de 1985 con Argentinos y 1987 con Newell ‘s. “Me sucedió lo que, quizás, no le sucede a nadie. Ser hincha del club, ex jugador y, además, entrenador campeón. Es como una de esas películas que no se olvidan», expresó entonces, olvidando ya sus inicios canallas.
En total dirigió 775 partidos en su carrera, que incluyó también pasos por Estudiantes de La Plata, Unión, Vélez, Deportivo Español, Platense, y en el exterior Deportivo Cali y Pachuca de México.
Siempre se sintió orgulloso de la final de la Copa Europa-Sudamericana ante la Juventus de Italia en Tokio en diciembre de 1985. Decía que Argentinos había llegado hasta ahí jugando de una manera y que iba a cambiar. Y no cambiaron. Fue uno de los subcampeones inolvidables de la historia.
Como técnico, resumía su pensamiento así: “El fútbol no es cosa difícil y no hay que complicarla. Los de atrás tienen que achicar, y los de adelante tienen que recuperar la pelota. Siempre hay que jugar en bloque y se acaban todos los problemas”. En el pico de su carrera, soñó alguna vez con dirigir la Selección Argentina. Nunca recibió un llamado.
Los últimos años de su vida siguió el fútbol argentino como espectador, radicado en Banfield y visitando seguido a su hijo José, afincado en Málaga, España desde hace años. Iba con gusto a los eventos de aniversarios, a alguna charla con estudiantes de periodismo y atendía con amabilidad cada vez que se lo requería.
Chau, Piojo, el gusto fue nuestro.